DESDE NUESTRA TRISTEZA

Al igual que hablamos que debemos permitir expresiones de tristeza y enfado en los niños, niñas, adolescentes y personas adultas con las que trabajamos, sería contradictorio no asumir que los y las profesionales no podemos sentir emociones desagradables en nuestra vida y no aceptar que también van a estar presentes cuando desarrollemos intervenciones.

Obviamente no hablamos de ocupar sesiones de trabajo con personas en expresar nuestro malestar e invertir roles, en este caso lo más adecuado sería cancelar o postponer la sesión, que también somos seres humanos.

Hablo de las emociones desagradables inherentes a la vida y a las situaciones cotidianas. Emociones que se activan y aparecen en relación a con quien nos relacionamos, nuestra familia, nuestro trabajo, etc.

Creo que es honesto que al igual que en el trabajo terapéutico preguntamos a nuestros pacientes cómo se sienten, nos permitamos preguntarnos lo mismo a nosotros. 

Trabajamos con personas, desde un enfoque humano, y cómo nos sentimos interfiere en nuestro trabajo. Y la diferencia entre negarnos nuestra tristeza y aceptar que nuestra tristeza está y nos vamos a relacionar desde ella, es enorme.

Por utilizar un caso real y propio, recientemente trabajaba con un niño sobre cómo gestionar las emociones desagradables, entre ellas la tristeza, en un día en que yo me sentía bastante triste. Habría sido bastante contradictorio trabajar la importancia de expresar nuestras emociones, sin yo expresar cómo me sentía ese día, y a la vez creo que es un ejemplo perfecto para los más pequeños, ver que las personas adultas experimentamos las mismas emociones que ellos y ellas, y que situaciones de nuestra propia vida también nos afectan, como a ellos y ellas.

Dentro de los límites que nos debe marcar el ofrecer siempre una intervención de calidad ajustada a las necesidades de la persona con la que trabajamos, deberíamos mostrarnos desde nuestra parte más humana y honesta con la gente con la que trabajamos.